Cuando le decíamos nuestros nombres a alguien,
siempre siempre, decía que pegaban bien.
El altercado en la cárcel se solucionó rápido así
que ese día nos reencontramos.
El cuerpo de July encaja con el mío. Chocolate y
vino. Lennon y Ringo. Tequila y sal. Torta frita y lluvia. Otoño y cine. Cine y
vos.
La cita fue en su casa, ya que yo todavía buscaba alguna.
Mientras ella cocina me distraigo, no quiero
interrumpirla. Sólo me apuro con el vino.
Julia tarda horas en destapar cosas, yo nos sirvo
las copas en un segundo, si el vino es rico me desespero e impaciento. Ella
dibuja como nadie. Yo escribo mientras la miro, y pienso en el viaje, y en la
vida, que son lo mismo. ¿No?
La comida es el placer de los dioses. Y Julia tiene
una diosa que le pasa los ingredientes mientras cocina.
Disfruto y sonrío, y hablamos de cualquier cosa y
suena Bowie. Así no nos dormimos nunca más porque las horas pasan como en un
ensueño.
Todo aromatizado con sus cigarros sabor a dentista
y las flores que cada tanto pegamos, marimba de la buena, cine español del
mejor.
Y nos contamos todo lo que no nos contamos, del
tiempo que no nos vimos.
Y todo lo que crecimos y todo lo que nos queda por
conocer. Rutas y rutas y campos de fresas y noches porteñas que se hacen
eternas, garabateamos una frase por ahí, en la esquina de nuestro bar, y obvio
que es de Cortázar, porque siempre olvidé
el paraguas antes de ir a buscarte.
Coger al final de la noche, coger cuando empieza el
día, y los trenes y las bocinas empiezan a sonar, y me doy cuenta de que me
queda poco tiempo.
Hay que buscar, hay que trabajar, hay que correr
para no morir.
Maldito tiempo. Benditos orgasmos.
Coger amando, amar compartiendo y soñar con la chancha y los veinte.
Y que el sueño sea despertarnos, tomar un mate
nevado con café, tener más que la chancha y los veinte y rogar que el siguiente
martes llegue pronto.
Aunque nadie nos entienda.
Aunque nadie entienda.
Ni nosotras.